
Mi novia se crio en Cúcuta, y vivió en uno de los departamentos más ensangrentados, y atormentados del país, Norte de Santander. Igual que Alemania en los 30’s, la frontera que debió ser una utopía del interculturalismo y la pluralidad, rápidamente se volvió un inferno viviente, con la cercanía con Venezuela jugándole mala mano a Cúcuta y volviendo esta hermosa ciudad que algún día fue hogar de cultura e historia una pesadilla para sus habitantes. Lo mismo ocurrió con el abuelo de mi novia, no nació en Cúcuta ni en Pamplona, en vez, era un judío nacido en lo que en ese momento era Alemania. Como todos los judíos alemanes de su generación fue victima del Holocausto y a diferencia de sus padres, logró escapar, metiéndose en un barco y logrando hacerse otra vida en un pequeño país en el ecuador llamado Colombia.
Con igual derecho que Netanyahu o su gabinete, mi novia podría haber escogido ser esclava del rencor y del odio hacía cualquiera que pudiera representar el más mínimo riesgo al proyecto de nación judía, pero fue su decisión la de poner su miedo a un lado y escoger la esperanza. Una nieta del holocausto que tan solo hace dos días publicó un video leyendo poemas de poetas Gazaties muertos en el genocidio. Lo cierto sobre Isabella es por encima de cualquier sentimiento de miedo y rencor decidió que era más importante dedicar su tiempo a que ninguna familia sufriera lo que tuvo que sufrir la suya, e inspirada por ese sueño, hoy insiste ante tantas voces que llaman anti-semitismo a pararse por la vida de los palestinos, que pelear por la vida nunca va a ser anti-semíta.
Mal haría yo también de olvidar mi propia historia de vida, por un lado, soy un colombiano que ha dedicado su vida a tratar de construir paz a pesar de que por tantos años mi familia fuera ambos víctima y victimaria de tantos conflictos. Pero además de ser el nieto de un conservador, víctima de la violencia en Soatá, Boyacá, también lo soy de una migrante holandesa, de una nacional con quien comparto saber que nuestra nación albergó a más judíos que cualquier otra durante el holocausto, y de una mujer que poniendo su propia vida en la línea nunca delató un solo judío, o gitano, o perseguido. Soy heredero de un gran linaje de personas quienes prefirieron defender aquella promesa que alguna vez se hizo de una utopía donde cualquiera pudiera profesar su religión, sus creencias, o su forma de pensar cuando hacer esto podía significar la muerte. Hoy en día, yo con orgullo cargo ese linaje, esa bandera por un mejor futuro y a diferencia de aquellos oportunistas como Geert Wilders en Holanda, o los mal llamados líderes del Centro Democrático que acá se regoziján de las muertes de Palestinos, yo si podré decirle a mis nietos como lo hizo mi abuela a mi que estuve siempre en el lado correcto de la historia.
Esta parte de la columna usualmente la reservo para una conclusión, pero hoy quiero hacer una reflexión de una persona que comparte su vida con la nieta de la peor violación de derechos humanos en la historia, y de un nieto del país donde ordenó el arresto del mayor genocida vivo actualmente en el mundo, Benjamin Netanyahu. Nadie puede decidir nuestro futuro más que nosotros, nuestra generación será la que defina como se va a ver el futuro donde vivan nuestros hijos y nietos. Tomará valentía, pero la justicia siempre nos llevará de la mano. Nuestra causa siempre protegerá al más débil y como ha sido mi inspiración vez, tras vez, tras vez, espero que la historia de una joven, nieta de la peor tragedia en la historia, pueda inspirarnos a preguntarnos que significa creer en los derechos humanos, y si ella le dedica su vida a trabajar para que nadie sufra lo que su familia algún día sufrió, ¿Que te frena a ti?