SERÍAN LAS 11 Y MEDIA DE LA MAÑANA

Hoy hace 41 años a esta hora, el grupo de compañeros del M-19 que esperaba en Panamá al comandante Jaime Bateman, empezaba a sentir el impacto de una ausencia inmensa, distancia que ya percibían por el silencio de llegada de aquella presencia excepcional que ansiosos miraban hacia el oriente cuando creían pronto recibir en el aeropuerto de Tocumen, al líder que en Colombia ya se estaba dando a conocer como el carismático dirigente que fue capaz de ponerle la cara al cambio de la mentalidad guerrillera y darle un tinte de nación, de identidad territorial, de historia, de sentir las venas abiertas de la violencia colombiana; aquel dirigente que supo buscar la opción y alternativa de cómo salir de ese laberinto de guerras y guerritas cuando propuso que en este país de tanta belleza, “la paz si era posible hacer, si dejábamos de echar tiros y nos sentábamos a dialogar”.

Hoy hace muchos días y noches de ausencias que Báteman subió a los cielos, como dijera García Márquez en un pasaje de los más esplendorosos en su obra “100 años de soledad”, para los militantes del M-19 y para los amigos de la propuesta de dialogo nacional y paz para Colombia que Jaime Báteman presento, y hoy parecieran 100 años de distancias, y justo hace muchos lustros a esta hora se perdió la señal de la avioneta en la que, por los caminos y cielos del Caribe, viajaba otra esperanza de paz y la búsqueda de esa fórmula mágica para exorcizar el malevo encanto de la violencia.

Aquel 28 de abril, luego de recibir el abrazo de su familia y celebración de su cumpleaños número 43, rodeado del afecto eterno de la “bella vieja Clementina”, arropado por la brisa y colores de su mar y al ritmo de sus músicas de vida y encantos de amores, partió quien, aferrado en su identidad Caribe se animó a exponer y con ahínco defender entre sus compañeros, aquel vallenato compuesto por su amigo Hermando Marín como el himno del M-19:

El cual representaba el sentir y vivir de la política colombiana hecha canta callejera, interpretada por grandes y chicos en las notas melodiosas de ese paseo que caminaba por los territorios musicales del país.

Igualmente fue Báteman quien logró interpretar la musicalidad de la realidad política nacional, la que luego sería bandera y aporte a las nuevas generaciones y a la democracia, al percibir la creencia en un país que también le apuesta a la paz, pensamiento e impronta para el M-19 en la importancia de respetar y entender al adversario, que también es colombiano.

Seguramente Báteman, pensando desde sus querencias políticas entendió la jerarquía de los acontecimientos de nuestra historia haciendo presentes a Nariño, la Pola, Galán, Mercedes Abrego, Manuela Beltrán… y tantos y tantos héroes más, que apañados la enseña del Bolívar independentista y los héroes y valores patrios de ahí en adelante hasta nuestros días, necesitaban juntarse en un encuentro a manera de vida que Báteman llamó el “sancho nacional”, hecho realidad luego en las decisiones de 1989 con la apuesta de hacer hasta lo imposible por la paz liderada por Carlos Pizarro.

Ese fue el Báteman que junto con Nelly Vivas y Conrado Marín del M-19 y su amigo el piloto exparlamentario conservador Antonio Escobar Bravo, marcharon ese día; ese es el comandante hermano que desde la irreverencia con su misma lucha “le puso otro ritmo y otro color” a la revolución colombina, el buen hijo de la siempre Clementina Cayón, quien nos heredó la formula política del “sancocho nacional”, como la receta más apropiada para lograr la reconciliación política entre todos los colombianos. Fabio Hipólito

Abril 28 de siempre

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