MAMAR GALLO

Las iniciales de los apellidos de García Márquez son G. M. y al revés, M. G., son las iniciales de Mamar Gallo. Sin duda, en esa materia nuestro premio Nobel era un campeón.

Con todo y la presente introducción, este escrito no pretende ser una clásica mamadera de gallo, al contrario, es un intento serio en elogiar, reconocer y llamar la atención sobre ese singular arte, propio del ser Caribe.

En la solemne misión por reivindicar un aspecto fundamental de la identidad costeña, debemos proponer a nuestros lectores una definición que dimensione en qué consiste el tema. Mamar gallo es -aunque no lo parezca-, una forma alternativa de poner en juego la creatividad.

Ocurre que el buen mamador de gallo, el auténtico, no hace cosa distinta a sacarle el jugo a la vida y recrear la cotidianidad con sus chispazos e inteligencia.

Y, por ser un don muy excepcional, también debemos admitir que se trata de un asunto que no ha sido estudiado con la profundidad y seriedad que se merece.

En esencia, el mamador de gallo, es un hombre bien informado, con una excelente cultura general y en especial, dotado de un alto sentido de la observación y con gran capacidad de asociación de ideas.

El mamador de gallo es un ser con “velocidad” y me estoy acordando del Pibe Valderrama, el gran “mamador de gallo” del fútbol mundial a quien todos sus adversarios suponían paquidérmico en sus movimientos y terminaron admitiendo que lo suyo era pura “rapidez mental”.

El buen mamador de gallo es el encargado de ponerle sal y pimienta a la vida. Y, gracias a ese condimento, consigue no sólo imprimirle dinámica a la dura jornada sino también, despojar el aire de ceremonia que tienen los días hábiles.

Es cierto: un apunte genial de un mamador de gallo un lunes por la mañana, nos endereza la semana. Es que la vida sin la mamadera de gallo no sería tan llevadera. En efecto, un ardiente día de mercado, se relaja en esa picante frase de “muévete como anoche” que lanzan a los transeúntes los carretilleros en el mercedo de Bazurto en Cartagena, cuando se forman los trancones en los pasillos, frente a las ventas de frutas y verduras.

Debo reconocer –y probablemente coincidirán con mi postura- que los colombianos y en especial, los costeños, recordamos con nostalgia y cariño nuestro paso por el bachillerato evocando un 80% de las vivencias de aquellos mamadores de gallo juveniles que explotaban al máximo su imaginación para ganar un nombre dentro del mamagallismo nacional.

Es más: el arte de poner apodos es una variante de la mamadera de gallo.

Pero, volviendo con García Márquez y con el inicio de este escrito, es indiscutible que nuestro premio Nobel, en su momento, con la mamadera de gallo, ocultó la verdadera dimensión de su potencial, hasta el punto que muchos compatriotas una parte de nuestros jamas lo tomaron en serio.

Hoy por hoy, García Marquez es uno de los escritores más famoso y admirados del orbe. La enseñanza que nos dejó Gabo es que no podemos seguir subestimando a tanto mamador de gallo que anda suelto. En ocasiones su inteligencia es superior, y su arte está por encima de sus gracias, sus mofas y sus pereques.

Por Fredy Machado

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