
A Juan Martínez.
La teoría la heredé de papá, quien, a su vez, debió tomarla del abuelo español que nunca conocí. El viejo Machado la llamaba La Teoría de la Segunda Voz y consistía en intervenir en una discusión, no en primera instancia sino en un segundo momento, pero siempre en favor o en rescate del cristiano que tomara la iniciativa en la controversia.
En muchas oportunidades la teoría me permitió salir airoso e invicto, comprobando su validez. Sin embargo, debí prever que cuando no se tiene toda la información de las distintas aristas de la controversia, la teoría puede presentar salidas en falso.
Ocurrió un domingo en el supermercado del barrio. Llegamos con mi mujer y mi hijo menor, a realizar las compras para un asado. La Jefa del hogar nos organizó: dejó a mi hijo haciendo turno en la caja en atención a que la fila era muy extensa; mi compañera se internó en la sección de verduras y a mí me encargó la misión de comprar la carne pues tenía la percepción de que el carnicero era sumamente grosero, y ya había tenido varias discusiones.
La orden la acepté sin prevenciones y justo cuando me acerqué al mostrador, un cliente le reclamaba airado al carnicero por sus modales y su falta de atención con los clientes.
En ese momento, cuando el carnicero justificaba que actuaba sin doble intención, consideré oportuno poner en práctica la buena teoría de la segunda voz…
– El señor tiene razón -Interrumpí enérgico y agregué con molestia: - mi mujer lo ha sufrido y son muchas las quejas en su contra.
Mi intervención fue contundente y cerró la discusión. El cliente de la primera voz muy agradecido, corrió su carro de compras y optó por la retirada. Por el pasillo, aseguró que denunciaría al carnicero con los propietarios del supermercado y me invitó a que hiciera lo mismo.
Y, entonces, me quedé a solas con el carnicero. El hombre me miró con un odio infinito, apretando con rabia dos cuchillos que hacía sonar como sacándoles filo. Los cuchillos eran tan grandes como su fastidio. Con voz fuerte me preguntó:
– Qué carne quiere?
Le solicité un kilo y medio de punta gorda y les juro que han sido los cinco minutos más angustiosos que he vivido mientras el carnicero cortaba la carne, y al tiempo, me miraba de reojo.
Me retiré por el mismo pasillo que había tomado el señor de la primera voz muy aferrado a mi kilo y medio de punta gorda.
En la sección de la Caja, me reencontré con la familia y le hice saber a mi mujer de mi “elegante” reclamo al carnicero, a quien “puse en su lugar” y les hice saber de la importancia de la teoría de la segunda voz.
Mi mujer, que no traga entero, llena de curiosidad, se adentró por uno de los pasillos que dan en dirección a la sección de Carnes. A su regreso anunció su inconformidad por mi reclamo pues me había equivocado toda vez que ese no era el carnicero que la intrataba y del que antes me había hablado.
Desconcertado e incapaz de admitir mi equívoco, le dije, para no dar mi brazo a torcer... – No te preocupes, después de todo, todos los carniceros son groseros!
Por Fredy machado