
Cada persona tiene un gigante dentro de sí mismo. Es aquel que lo impulsa a realizar los buenos o malos actos, o simplemente a dejarlo dormido, vagando sin hacer nada. Dios nos da a todos las mismas posibilidades. Por lo general, en la inmensa mayoría nos dota de posibilidades espirituales, mentales y físicas para desarrollar nuestra propia vida. En esta perspectiva nos vamos desarrollando y los resultados o falta de ellos van aflorando. Cada quien es un caso diferente. Pero ¿porqué a unos les funcionan las cosas y a otros no? Simplemente por propósito. En la medida que la persona tenga propósitos, que sepa cual es el camino de su vida, ese gigante se despierta para lograr sus deseos y planes.
Pero es ahí donde debemos saber identificar muy bien cuales son los propósitos que tenemos, porque ese gigante puede ser tan útil para alcanzar una buena vida con paz y tranquilidad que le proporcione una felicidad, como también lo puede llevar a la falsa premisa que lo coloca en el dolor y frustración posterior y esto se da es cuando las personas apuntan su éxito en obtener dinero, bienes y apariencia, dejando atrás la verdadera esencia que es el crecimiento espiritual, su relación con Dios, su capacidad de amar, es ahí donde se confunden y pueden tener una elección equivocada.
Pero eso no significa que alguien no se preocupe o quiera tener dinero, pertenencias y reconocimiento, pero la diferencia es cuando esto se logra como consecuencia de sus verdaderas intenciones, que serían el saber que su vida está ligada a Dios, que uno le puede servir, amándolo y ayudando al prójimo. Lo demás viene por añadidura.
Con base a lo anterior si logramos entender este postulado, cada persona pude sacar lo mejor de ese gigante que tiene adentro y hacer de ella una ofrenda a Dios, él la recibirá con agrado para esta vida y posteriormente para la vida eterna.
Por: Diego Arango Osorio